Ciudad de México a 19 de Mayo de 2010
RODRIGO R. PIMENTEL
Rodrigo Ramírez Pimentel nació en
Zinapáro Michoacán un 4 de Junio 1945, lugar del cual salió con rumbo a la
capital de la república para estudiar pintura en la antigua Academia de San
Carlos donde se gradúo con honores dos veces. Desde pequeño Rodrigo demostró la vena artística que corría por su ser
destacando entre sus compañeritos en pruebas de dibujo, teatro y canto.
Su pueblo fue el caldo de cultivo para hacer de él un artista de gran talla, admiraba desde entonces las obras de los grandes pintores de la historia del arte que hasta Zinaparo llegaban únicamente en el reverso de las cajetillas de cerillos que él coleccionaba apasionadamente en un pequeño álbum. De entre esas imágenes sobresale la del cuadro la fragua de Vulcano de Diego Velázquez que será clave para entender su decisión de hacerse pintor y posteriormente para ayudarnos a comprender su trabajo.
Pimentel es sin lugar a dudas el gran colorista de México, pues hace del color el mejor protagonista de su pintura. Su obra se ha comparado a menudo con la del Dr. Atl, o con la alta escuela de maestros como Cezanne y Degas, por recibir en algunos puntos convergencias a eso niveles, pues su
pintura también recrea una la gama infinita de colores, que en la paleta de Pimentel
se vuelve personalísima y netamente mexicanista.
Ya en terrenos más patrios Pimentel es un diablito
de esos de cartón tan típicos de nuestra cultura, de esos llamados Judas. Y
hablando de Judas voy a rememorar la historia que un día me contó; dice que el
día su graduación como artista pintor su maestro Manuel Herrera Cartalla le pidió
un abrazo y un beso a lo que Pimentel inocentemente respondió agradecido, abrazándole
y dándole un beso en la mejilla a su mentor, mientras que éste le dijo al oído –“ahora sí espero me hayas dado el beso de Judas”-
Pimentel
más tarde comprendió el bello mensaje que se ocultaba tras esas palabras… Pero
volviendo les decía que Pimentel es un diablito pues su arte es apenas
equiparable con el colorido, estridencia y brillantes de una de estas
artesanías en explosión.
Su obra es monumental como la magnificencia de su
personalidad contenida en su cuerpo no tan alto. Bien dicen que las cosas
buenas vienen en frascos pequeños. Pimentel es dicharachero y observador, demasiado diría yo, lo que le vale para que algunos digan que es brujo o chamán pues cuando ve algo bueno le echa el "ojo".
Por ello entre los alumnos de Pimentel
hay varios artistas muy destacados como los afamados pintores Jorge Luna y Antonio
Muñiz quienes ya ha entendiendo los sabios consejos del maestro y los ponen en
práctica en su trabajo con resultados sorprendentes, yo todavía no entiendo
nada, como “eso de la escala de grises”
y soy el más rejego de todos sus pupilos.
Como maestro Pimentel es un ser lleno de luz y de
arte, su nobleza no tiene límites al igual que su cultura e imaginación. Sus
clases lo mismo son una anécdota de la vida de Chavela Vargas o los motivos más
secretos que impulsaron a tal político a actuar de una manera y siempre tiene
razón, pues dentro de su mundo todo y nada es posible, hasta lo más
descabellado a los ojos de Pimentel parece tener cordura y una lógica simplista
de la vida, nada se escapa de sus poderes, sus embrujos y encantos.
Los colores corren por sus lienzos y con el tiempo van
madurando solitos. Como él dicen; -“tarde
o temprano los grises y azules se van haciendo cálidos”. Lo que sucede
únicamente a causa de los conjuros que hace antes de pintar –pintando-, así es
Pimentel como chamán purépecha. Lo mismo dicta quien tiene talento como quien no, y su palabra tiene fuertes resonancias
en muchas personas lo que nos habla de sus poderes, entre los cuales hay que
destacar que tiene una cultura visual bastante bien desarrollada.
La obra del maestro Rodrigo Ramírez Pimentel
es de una belleza muy mexicana propia de las fiestas de pueblo, de las danzas, las
máscaras y los vestuarios del carnaval, con toques antiquísimos que rayan en lo
prehispánico y en suaves matices de pintura más contemporánea como la de Jean Michel
Basquiat, endulzados la vista con su buen oficio de artista, puesto que todo lo que pasa
por sus manos termina por germinar en arte.
Estar en su estudio es perderse en un
mundo mágico, es abrir la puerta al libre pensador, a un carnaval nacional o
simple y llanamente al edén en el valle de México. Es navegar entre ríos y
bosques de luz, óleo, acrílico y trementina entre hombres y mujeres desnudas de
maíz, escuchando a las aves migrantes que revolotean estáticas mientras una
Xiuhcóatl (deidad de las artes) canta
la gloria de siglos pasados. Aquí se pueden ver y oír cosas tremendamente
hermosas, sutiles, que podrían ruborizar al mismo Curicaveri. Aquí puede llorar
un río de penas y de amargas lagrimas que se volvieron cuadros. ¿Pero de que se
trata la pintura? “Se trata de nosotros”
como dice el maestro Pimentel -“de ser
coherente en nuestra obra con lo que nos tocó vivir.” Y a mí sólo me resta
hacer una oración:
Tata huchaeuri thukirehaca avándaro
santo arikeue thucheueti ha cangurikua uuehtsini andarenoni thucheueti
irechekua ukeue thucheueti eukua, iskire avándaro umengahuaca istu umengaue ixu
echerendo. Huchaeueri curinda anganaripakua instcuhtsini iya canhtsini u
ehpouachetsnsta huchaeueri hatzingakuareta iski hucha uehpouacuhantstaha ca
huchaeri hatzingakuareta iski hucha uehpouacuhantstaha ca huchaeueri
hatsingakuaecheni ca hastsini teruptatzemani terungutahperakua himbo.
Euahpentstatstni caru casingurita himbo.
Gracias por siempre maestro Pimentel.
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